Otra Mente Brillante Arruinada por la Educación

19 mar 2010

De Lunes a Lunes 1/2


" -Realmente lo lamento, señor.- y con estas palabras, a las que la fuerza de la repetición todavía no habían restado sinceridad, el cirujano se sacó el barbijo que llevaba alrededor del cuello con gesto cansado y se marchó por el pasillo pintado de blanco.
Tomás parpadeó, acusando recibo, y miró la figura alejarse. Respiró hondo, tragando aire como quien traga agua. El hombre de pie a su lado, ignorando al cirujano, fijó la mirada en él, obviamente preocupado ante su falta de reacción.
Tomás se sentó despacio, pesado, mas una caída que un aterrizaje controlado, sobre la superficie gastada del sillón verde de la sala de espera. No estaba seguro de cómo reaccionar.
Nunca antes le había pasado una cosa así.
Tendría que haber un manual de etiqueta para estos momentos.
Alguien iba a escuchar sus quejas… En algún momento…
Flexionó los dedos, abstraído, notando costras de sangre seca en ellos.
-Hey. - Javier se sentó a su lado - Hiciste lo que pudiste. - la voz lo sacó de su contemplación. -No fue tu culpa.
Tomás giró la cabeza despacio y, con la misma abstracción con que estudiara sus manos, trató de centrarse en la mirada negra de Javier.
¿De qué le estaba hablando? ¿Culpa? ¿Quién sentía culpa?
En ese instante él… no sentía nada.
Renunció al vago intento y volvió la cabeza a su posición original. Sus dedos, sus manos, continuaban llamando su atención. Iba a tener que lavárselas, no podía salir a la calle con las manos así.
-Esto no tendría que haber pasado.- y su voz sonó normal, estable, como si estuvieran conversando sobre un documental en televisión, el partido de anoche, el último capítulo de una serie.
Javier suspiró, llenándose los pulmones, y se echó hacia atrás, apoyando la cabeza oscura contra la superficie clara de la pared blanca,
-No, no tendría que haber pasado.- la voz de Javier, en contraste, sonó terriblemente cansada. -Pero aun así, tenés que saber que no fue tu culpa.
Tomás encogió un hombro, indiferente. Seguro, él sabía que no había sido su culpa. Los cursos de las enfermedades no responden ante nadie... Y sin embargo...
-Tendría que haber hecho… tratado algo más.- se felicitó a sí mismo por su tono compuesto, muy bien, muy bien, Dios sabía lo mucho que le estaba costando entender lo que estaba pasando.
-¿Como qué?
Algo tembló en el interior de Tomás, algo púrpura y estriado, que se sostuvo a fuerza de ignorarlo.
-No sé, algo.- estudió las manchas en sus dedos como si pertenecieran a otra persona y no fueran los mismos que él había usado hacía escasos minutos, tratando de detener esa monstruosa hemorragia nasal en que eventualmente se le había ido la vida.
-Llamaste a la ambulancia.- ofreció su acompañante.
Un chasquido de lengua,
-Para lo que sirvió.
-Tenía un cáncer galopante. Era cuestión de tiempo, todos lo sabíamos.
-Si, bueno, eso no lo hace mas fácil.
-No, quizás no, pero así es como tenía que ser.
-¡No digas eso!- y el exabrupto les ganó una mirada de reproche de la enfermera del turno noche.
Murmurando una disculpa, Tomás se puso de pie. Realmente necesitaba lavarse las manos. Las puertas dobles que separaban el pasillo del mundo se abrieron y dieron paso a Virginia, su hermana mayor, llegando como respuesta a la llamada de auxilio que había lanzado a la noche apenas media hora antes. Y aun así, llegando tarde.
El rostro sofocado, la expresión urgente, buscándolo en el vasto espacio de la pequeña sala de espera,
-Tomás.- murmuró cuando sus ojos azules por fin lo encontraron, y se lanzó contra su pecho con la fuerza de un pequeño búfalo, haciéndolo trastabillar.
La mirada ligeramente divertida de Javier encontró la suya por encima de la cabeza rubia que se acurrucaba contra él.
-Vine en cuanto pude.- cinco años mayor, quince centímetros menor, Virginia se alejó unos pasos y lo agarró de las manos con fuerza. -¿Cómo estás? ¿Vos estás bien?
El asintió.
No era él en el quirófano.
No era él el…
-¿Qué pasó?
Tomás movió la cabeza, haciendo un gesto vago, retrocediendo del abismo a sus pies, ocultándose de los recuerdos, protegiéndose del futuro que se le venía encima.
-Una hemorragia. No sé muy bien.
-¿Sigue en cirugía?
Respiró hondo. Nunca había sido bueno para dar malas noticias. ¿Dónde estaba el cirujano cuando uno lo necesitaba? Podía notarse enseguida que ese hombre sí sabía lo que hacía.
Buscó a Javier, pidiendo socorro, pero este se había alejado unos pasos para darles un símil de privacidad. Volvió a mirar a Virginia, hasta que finalmente su falta de respuesta se volvió una respuesta en sí misma. Con cuidado, tanteando sus brazos como si fueran el camino, su hermana volvió a abrazarlo.
El le palmeó la espalda ligero, incómodo, presa del deseo de poder consolarla, consciente de que era ella la que estaba tratando de consolarlo a él, sintiéndose incapaz de necesitarlo.
-Shhh...- susurró, en un gesto automático. -Shhh....
Pero Virginia se recuperó enseguida, siempre había sido una chica fuerte, y enderezando el espinazo le apretó el antebrazo,
-Vos nos te preocupes por nada, Ginny está acá y se va a hacer cargo de todo. - y con gesto decidido marchó hacia la enfermera.
Javier desanduvo el camino hasta detenerse a su lado, los brazos cruzados frente a su pecho, los dos observando a la mujer pequeña enfrentar a la enfermera enorme. Tomás no tuvo ni que mirarlo para conocer la expresión en sus ojos como pozos.
-¿Qué?- dijo, mas a la defensiva de lo que le hubiera gustado. -Ella siempre te ignoró, ¿en serio pensaste que las circunstancias cambiarían algo?
Javier hizo un gesto con el hombro,
-Podría al menos haber dicho mi nombre.
Tomás sonrió por primera vez desde que todo empezara. Una sonrisa breve, triste, pero una sonrisa al fin,
-Con todo lo que la hicimos pasar, gracias que dice MI nombre.- frotó incómodo las manos contra el suave corderoy de sus pantalones. -En serio, tengo que lavarme las manos.
Javier hizo una mueca,
-Dale, vamos. El baño está por acá.


Tomás refregó sus manos bajo el chorro de agua caliente hasta asegurarse de que no quedaban rastros de nada. De haber podido hubiera seguido frotando hasta borrar sus huellas digitales.
Tenía la incipiente sensación de que nunca volvería a estar limpio del todo.
Javier lo miraba hacer, apoyado el hombro en el marco de uno de los cuatro cubículos.
-¿Estás un poco mejor?
-Estoy bien.
-¿Seguro?
-Seguro.
-Porque el mundo no se va a acabar si puteas un poco.
Tomás sonrió, cansado pero compuesto.
No tenía ganas de putear. Verdaderamente no tenía ganas de nada.
Aun no estaba del todo seguro de lo que había pasado.
Cerró la canilla.
-Estoy bien.
Javier asintió, no muy convencido,
-Si vos lo decís... ¿Qué hacemos con Pulgarcita?
Los ojos azules, iguales a los de su hermana mayor, fueron burlones en el reflejo,
-¿Sabés que son frases como esa las que hacen que ella no te trague?
Javier sonrió impenitente,
-Sí, lo sé.
Tomás se apoyó en la mesada de granito negra,
-¿Lo tomará muy mal si nos vamos un rato y la dejamos sola?
-No podemos dejarla sola. No sería justo. Hay demasiados trámites, demasiados parientes que tratar que no son de ella.
-¿Justo?- los ojos del espejo se decantaron incrédulos. -Acabo de perder al amor de mi vida, ¿qué tan justo te parece eso a vos? - pero a su voz le faltaba expresión, alguien probándose en la piel unas palabras que no reconocía como propias.
Javier se cruzó de brazos en lo que su interlocutor pudo reconocer como su expresión tozuda,
-No podés hacerle eso a tu hermana.
Tomás abandonó la lucha, volvió a abrir la canilla y se refregó las manos hasta dejarlas rojas una vez mas.
-¿Sabías que eso puede derivar en una psicosis?- la voz de Javier le llegó a través del sonido del agua.
-Descansá. Nunca terminaste la puta carrera.
-Me faltaron ocho materias.
-Son ocho materias.
Javier se encogió de hombros,
-¿Qué puedo decir?- la voz displicente. -Lo mío es la música.
Tomás se secó las manos, hizo un bollo con la toalla de papel y la tiró en dirección al cesto, desafiándola a que no entrara,
-No quiero ver a nadie. Van a llorar, y tratar de consolarme, y estoy bien, no necesito nada.
-¿Seguro?
-Puta, flaco, ¿querés un dibujo con crayones?
-Si vos lo decís.- repitió, pero su tono expresaba sus reservas al respecto.
El hombre junto al lavatorio respiró hondo, armándose de paciencia ante la buena intención de los demás,
-¿Qué sugerís que haga?
-Lavate la cara en vez de las manos, salgamos de acá, y bajemos a la cafetería, a ver si te componés un poco.
Tomás enfrentó su imagen. Javier tenía razón, su cara dejaba mucho mas que desear que sus manos. Noches en vela, observando el sueño intranquilo de la persona que guarda la llave de tu existencia no pueden menos que cobrar su precio,
-Qué haría yo sin vos.- comentó, tan agradecido como mordaz, antes de echarse agua fría sobre la piel caliente.
-Pfff, montones de cosas.
Tomás carraspeó y se frotó los ojos,
-Dale, vamos. Necesito café.
La puerta del baño se abrió con un chasquido, sobresaltándolos. Un hombre entró y se dirigió a los mingitorios sin mirarlos.
-´Nas noches.- saludó Javier.
El hombre no se dio por aludido.
-El mundo está lleno de gente maleducada.- murmuró Tomás, lo que sí le ganó una mirada, y los dos, presurosos, abandonaron el lugar."

Continua-

2 comentarios:

Lala dijo...

Precioso y muy bien narrado este relato tannn duro para el protagonista.
Y es que, perder a quien te colma de felicidad, de vida, de ilusiones, es una tragedia siempre.

Me ha encantado!


Un beso


Lala

Damaduende dijo...

Me alegro que te gustara. Es bueno cuando las cosas que uno lleva dentro/uno escribe tocan algo dentro de los demás.
Besos para tí también. :)