Hace unos años - mas de una década, menos de dos, quién va a andar precisando, no sea chusma - mi número de teléfono llegó a manos de un chico, sobrino de una compañera de laburo de mi vieja, que me llamó un jueves a la noche para salir un viernes.
Perfecto.
Me pasó a buscar en auto propio - josha, normalmente los flacos con los que yo salía andaban en 60 - y me llevó a cenar a un restaurante en San Isidro, re lindo, en medio de un jardín, al que nunca jamás volví porque no hubiera tenido ni idea como encontrarlo.
Era una noche agradable, recuerdo que había velitas en el restaurante. La única pega, el chico este - que tenía un acento paquetíiisimo, con sólo escucharlo podías ver la sombra de todos sus parientes jugando al polo en la estancia - de apellido Saravia, y no me pregunten el nombre porque ya es pedir mucho, tenía el tic de nombrar gente que yo no conocía.
No, no estoy loca, no pretendo conocer a todo el mundo, todo bien con hablar de gente que yo no conozco, es normal que no conozcamos la misma gente, no me miren con ese tono de voz, pero una cosa es contar una cosa onda:
"mi hermana y yo fuimos a..."
y otra cosa es:
"Sí, porque estábamos con Nacho Chamorro - ¿lo conocés? - y nos metimos por la puerta de atrás del club, aprovechando que no estaba ninguno de los chicos de la pandilla, esquivamos a Ernesto Ibañez - ¿ubicás a Ernesto Ibañez? ¿Teto? estaba en el equipo de rugby con Juancho Rizzo - que estaba con Lara Fitz - iba al colegio con Titi Mororo, ¿conocés a Titi? - y logramos entrar al torneo sin que se dieran cuenta los organizadores - ese año era Pepe Herbert, tenés que conocer a Pepe Herbert, es amigo de Coco Gattoni - que nos habíamos olvidado las entradas."
¿Quién carajo es toda esa gente?
No, en serio, ¿a alguien le importa?
Pero la cena estaba buena, una chica tiene que comer, y yo estaba en esa edad en la que un viernes afuera es mejor que un viernes adentro, por lo que traté de ignorarlo y la noche terminó.
A la semana siguiente volvió a llamarme - cosa que me sorprendió, porque él y yo cero -, pero el tal Saravia no tenía nada que hacer, tenía un amigo en banda y si yo tenía alguna amiga que se prestara, podíamos ir a dar una vuelta.
Como yo tampoco tenía nada que hacer y una siempre tiene alguna amiga que se presta, ignoré el recuerdo de todos esos nombres, acepté la invitación y nos fuimos a dar una vuelta nomás.
La pasamos bien, el amigo resultó simpático, fuimos a tomar algo a un bar y con la conversación entre cuatro, esa necesidad casi patológica de tirar nombres en la conversación se diluyó un poco, por lo que pensé que debía haber sido mi imaginación, unos nombres los tira cualquiera, y no lo pensé mas. Cuando nos dejaron en casa, después de una noche sin nada que recordar, supuse que ese sería el final.
Pero no.
En ninguno de los frentes.
Tiempo después, mucho tiempo después, me atrevería a decir que un año después o quizás más, recibí una tardecita un llamado - "¡Es para vos, no sé quién, un tal Saravia!" - y el acento de jugador de polo me golpeó.
"¿Cómo andás?"
"Bien, bien. ¿Vos?"
Y el resto de su conversación fue mas o menos así,
"Estaba acá con los chicos, con Nacho Chamorro, Carlitos Ovejero, las mellizas Alcorta, y algunos más y pensé en llamarte."
"¿?"
"Sí, porque le contaba acá a Mili - la ubicás a Mili Cañas, no - que eras una chica divina y estaba el otro día con los chicos del club - el Teto, te hablé del Teto Ibañez, Pacho Cañadas y Luli Guinsburg, que iba al colegio con Vivi O´Connor - y Sofi Lopez B me dijo que... "
No me acuerdo mas. Tengo un blanco. Lo recuerdo y es estática y sudor frío. Mi mente se fugó ante tanta huevada y simplemente dejé que terminara de hablar - mas de quince minutos por reloj de él tirando nombres, yo mirando el vacío y mi hermano mirándome preocupado -, me despedí, gracias por pensar en mí al hablar con toda esa gente que no tengo ni puta idea quien mierda es y corté.
Todavía no sé por qué me llamó. No hubo ninguna razón para su llamada excepto, al parecer, contarme sobre todas esas personas. No hubo ninguna invitación, no hubo ninguna invitación para mi amiga que se prestaba, no hubo nada, nada más que esa larga retahíla de nombres con los que estaba pasando la tarde.
Quiero creer que estaba en pedo.
Volvía del laburo anoche y bordeando la plazoleta, me crucé con un par de personas - ella, de joggins, paseando al perro, él de traje casual, la corbata floja, morral al hombro, volviendo de laburar - conversando en la esquina. Era obvio que se acababan de encontrar por casualidad, y al irme acercando a ellos, para cruzar la calle, escucho la voz del flaco, con un tono de cancherito importante que aspira a tener parientes jugadores de polo, que decía,
"Sí, porque estábamos con Nico Strauss, que se quedó en el hotel - ¿te acordás de Nico Strauss? - conversando con Juanita Balboa - tenés que acordarte de Juanita -, mientras los chicos y yo nos íbamos con las tablas a..."
La ficha del tal Saravia me saltó a la cabeza como si hubiera sido ayer. Pude sentir el recuerdo del sudor frío y el ruido blanco. Miré para atrás y reconocí en los ojos vidriosos de la chica del perrito la fuga mental que tanta huevada produce.
Pensé en decir algo, pensé en rescatarla, pensé...
Mejor vos que yo, hermana.
Y escapé lo más rápido que pude.