
Cuando yo era chica iba a Misa todos los domingos. Sí, tuve una etapa religiosa, como cualquiera que haya ido a un colegio católico, y si bien nunca fui una persona muy creyente del circo - ya de chiquita tenía una veta un tanto descreida - me gustaba ir.
Mi viejo me levantaba a las ocho y pico los domingos - que ganas, que bárbaro, las cosas que se han hecho en nombre de la religión - , yo me vestía apurada e íbamos los dos a Misa de nueve. La verdad, y honestamente, no me acuerdo si mis hermanos iban o no ( ETA, mi hermana me fuerza a aclarar que no me haga la pava que ella siempre iba a la misa y que la que faltaba la mayor parte de las veces era yo. Aclarado este punto, retomamos la transmisión.)
Yo iba a esa misa, en vez de a las de la tarde porque la daba el padre Cordeyro, y ese hombre te sacaba una misa de cuarenta y cinco minutos en media hora. Maravilloso el caballero, su murmullo veloz volando sobre los glorias y el credo, casi que uno creería que lo hacía sin respirar. Los sermones en cambio eran mas lentos, mas pensados, la parte que se notaba que a él, después de mil años haciendo esto, le interesaba dar. Hablaba de historia, mas que de religión, por lo que si a uno - como a mí - la historia le caía en gracia, estaba listo.
Nueve y media estábamos afuera e íbamos con mi viejo a la panadería, comprábamos facturas, el desayuno en familia y me metía en la cama a dormir hasta las doce, cuando me levantaba para ir a almorzar a lo de mi abuela.
Era una buena rutina. Un buen domingo. Uno de esos recuerdos en los que uno se apoya para poder decir "buenos tiempos, buenos tiempos" y mirar hacia atrás con cierta nostalgia.
Ahora, a qué viene esta historia.
Bien.
A la Misa de nueve de las Esclavas iba mucha gente. No digo que se llenaba de bote a bote como las de las tardes - que además eran el equivalente a la vuelta al perro e iban todos los adolescentes con sus mejores galas - pero tenía una buena concurrencia.
Y todos los domingos, a eso de las nueve y cuarto, cuando ya todos estábamos concentrados en pasar la siguiente media hora sin dormirnos, entraba a la Iglesia, por la puerta del medio y caminando por la nave central, un hombre que rondaría la cincuentena, medio pelado, con una sonrisa medio ausente y cara de niño, que con un diario en la mano, caminaba hasta el primer banco de la segunda sección - la iglesia tenía bancos hasta la mitad, un espacio amplio para pasar caminando y luego una sección de bancos hasta el final - donde si había espacio se sentaba sin mas y donde si no había espacio miraba con fijeza a las personas hasta que le hicieran lugar - si las personas en el banco no tenían a bien moverse, él se daba vuelta y se dejaba caer en el asiento igual, haciéndose espacio a la fuerza, obligándo a quien estuviera sentado en la punta a ceder o ceder. Luego sonreía amablemente a sus contertulios, abría el diario y se ponía a leer.
La misa no estaba completa sin el señor del diario y su rutina.
Todos en el barrio lo conocíamos.
Ayer, estaba yo en la biblioteca y entra Mirtha, una de las teachers - de esas que son instituciones en sí mismas - y luego de pedirme lo que venía a pedirme, me comenta,
- Hay un señor con un perrito sentado en el pasillo.
- ¿Dónde?
- Justo acá afuera.
- ¿... estará esperando a alguien?
- Sí, pero no puede esperar ahí... Y me dio no se qué, porque me saludó con una sonrisa enorme y un buenas tardes muy educado...
Cuando Mirtha se fue, me asomé a mirarlo y efectivamente, había un hombre ahí afuera, cincuentón, con cara un tanto ausente, sosteniéndo un perrito en la mano y mirando a su alrededor con curiosidad un tanto infantil.
No le dije nada y volví a mi escritorio.
Como Mirtha dijera, no podía estar ahí sentado, y si a las chicas de la entrada se les había pasado iba a tener que decírselo yo.
Junté un poco de coraje - soy muy mala a la hora de interpelar a la gente - y cuando ya estaba lista, una mujer entró a la biblioteca, pinchándome la intención, y me preguntó muy educada donde estaba el baño de hombres.
Le di direcciones y cuando salió la escuché, alegre, paciente y un tanto cansada,
- Vamos, papí, que el baño está del otro lado, ¿sí? - y al señor ponerse de pie y seguirla...
Calculé que ella debía haber estado pagando en la secretaría o algo y él - cualquiera que fuera su relación con ella - se le había escapado hasta decidir sentarse ahí a esperar al mundo.
Si hubiéramos cambiado el perro por un diario, la imagen hubiera sido prácticamente la misma.
Y todavía remamos :)