Otra Mente Brillante Arruinada por la Educación

27 nov 2009

En Memoria de las Tortugas 2/3


"-Pola.- su padre la sacó de las imágenes que parpadeaban en el fondo de su cerebro. -Tenés teléfono.
Ella movió la cabeza,
-Atendé por mi.
-Es un abogado, dice que tiene que hablar con vos.
La chica se puso de pie con un gesto al que le faltaba energía.
-Hola.- atendió, la voz ronca por la falta de uso.
-¿Paula Benegas?
-Sí.
-Soy Antonio López Carro, el abogado de Ludovico Sorensen.- Pola tuvo que sentarse al escuchar el nombre. Hacía días que nadie lo mencionaba a su alrededor, temiendo lo que pudiera pasar, -Necesitaría que viniera a mi oficina a mas tardar este viernes.
-¿Para qué?
-Concierne a la lectura del testamento.
-¿Testamento?
-Sí. Si fuera usted tan amable de acercarse a mi oficina el viernes por la mañana, se lo voy a agradecer.
Pola bajó la mano y le alcanzó el auricular a Ernesto antes de que se le cayera. Su mente, cansada de tener que concentrarse en algo tangible, quería volver a la seguridad de sus recuerdos,
-Atendé vos. Quiere que vaya a no sé donde a ver no sé qué cosa.


Ernesto había tomado nota de todo y el viernes Laura la había acompañado a la oficina de López Carro. Una secretaria de aspecto eficiente las había hecho pasar y sentadas frente al escritorio miraban sorprendidas al abogado, tratando de entender que era lo que acababa de decirles,
-¿Cómo que me dejó todo?
-Sí.- López Carro repasó el documento que tenía frente a él, aun cuando ya lo conocía casi de memoria, -Salvando un par de legados acá y allá, y considerando que el divorcio del señor Sorensen salió hace varios años y no hay hijos, la mayor parte de sus bienes son para Paula Benegas, que es usted.
Laura movió la cabeza y miró a su hija desconcertada,
-Bueno, mirá vos.- volvió al abogado una vez más cuando se dio cuenta de que Pola no iba a hablar por el momento. -¿Y que son, la mayor parte de sus bienes?
López Carro le pasó una copia del documento y las cejas de Laura se dispararon hacia arriba,
-¿Tanto?- Pola miró por sobre su hombro al número impreso y negó con la cabeza,
-Tiene que haber un error, Ludo era profesor de matemáticas, no ganaba tan bien.
El abogado sonrió ligeramente, tratando de adivinar la relación que había unido a esta muchachita de ojos grandes con su cliente, negándose a especular.
No tenía sentido pensar mal de los muertos.
-Sorensen era bueno con los números. Sabía bien donde invertir lo que ganaba.- y pensó con nostalgia en las veces en que el consejo que Sorensen le diera había servido para expandir un poco sus propias finanzas. -Además del efectivo, entre sus bienes se encuentran la camioneta Land Rover, el departamento de la calle Riobamba, menos los muebles que van para su hermana en Rosario, y un terreno en la provincia de Buenos Aires.
-¿Y me dejó todo a mí?
-Sí. Hará tres años mas o menos vino a verme que quería cambiar su testamento. El divorcio había salido hacía ya casi cuatro años y era hora de hacer un nuevo testamento.
Tres años atrás.
Las piezas del calidoscopio se reajustaron para formar una imagen nueva y a la vez antigua. Recordó su fiesta de quince, su vestido nuevo color borravino que la hacía sentir tan adulta, la música a todo volumen y la cantidad de gente llenando el salón.
Ella había salido al jardín terraza. El salón, ubicado en las lomas de Belgrano, tenía desde donde ella estaba parada una vista panorámica de la avenida.
Apoyada en uno de los arboles, oculta a la vista de los invitados, trataba de ver si la noche despejaba un poco el mareo que tenía merced a las cervezas de contrabando que algunos de los chicos entraran.
Ludo la había encontrado unos momentos después,
-¿Qué hacés ahí escondida?
-Shhhhhh, no estoy escondida. Estoy temporalmente perdida.
El se había movido hasta quedar cubierto por el mismo árbol,
-¿Cómo es eso?
Ella había tratado de concentrarse, algo muy difícil de hacer entre el alcohol y la presencia tibia del hombre a su lado,
-Bueno... yo sé dónde estoy...yo, y sé dónde están todos... ellos, pero ellos no saben donde estoy yo... ni donde están ellos... lo que hace que en este momento yo esté perdida..., no ellos.
-Ah.
-Sí.
-¿Es a propósito entonces?
-¿Qué?
-El estar perdida.- ella había tratado de dar una respuesta a esa pregunta, pero los mensajes entre sus conexiones empezaban a entrecruzarse, sus sentidos sobrecargándose desde demasiados ángulos a la vez.
-No sé.- y la idea de estar perdida de pronto se le había antojado terriblemente triste. -No quiero estar perdida...
-No estás perdida. Yo sé donde estás.
-¿Vas a perderte conmigo?
Pola había mirado para arriba, Ludo siempre tan alto, y había quedado enredada en los ojos claros que en la penumbra del jardín eran casi tan oscuros como los de ella. El había tratado de sonreír, pero su corazón no parecía estar en ello,
-No me mires así.
-¿Así como?- había contestado ella, sin querer ser coqueta, tan solo perpleja.
-Como una chica enamorada.
Pola había tratado de entender que era lo que él estaba diciendo, su mente confundida envolviéndose en sus palabras,
-Pero estoy enamorada.
-No, no lo estás.
-Ludo Sorensen, estoy enamorada de vos desde que sacaste esa moneda de mi oreja en ese tren en Suiza.- e incluso dentro de la niebla alcohólica que la rodeaba, sin estar muy segura de lo que había dicho, Pola había podido notar el cambio sutil en el aire, el olor a ozono, la electricidad estática.
-¿Por qué? -murmuró, bajando el tono de manera instintiva, la hembra de la especia tomando el control de su acciones sin pedir permiso - ¿Te molesta que te mire así?
Los ojos, efímeramente oscuros, se habían abierto ligeramente, una gacela frente a un camión,
-Pola, tal vez sea mejor que entremos.
-Todavía no.- la mano femenina, provista de una súbita vida propia, se había apoyado en el pecho sólido, sobre la camisa blanca del traje, junto a la corbata a rayas, sobre el corazón que latía demasiado acelerado para un hombre que estaba quieto.
El no había dicho nada, inmóvil había permitido a la mano subir siguiendo la línea del traje, pasar por sus hombros, enredarse en el pelo corto de su nuca y empujar su cabeza hacia abajo, hasta que sus bocas quedaran alineadas.
-Pola...- había susurrado entonces, una advertencia para alguno de los dos.
-Shhh.- había contestado ella, - perdete conmigo.- y con esas palabras, había besado por primera vez al hombre alrededor del cual giraban sus días.
Pola recordaba bien ese beso, aun cuando la memoria, perversa y selectiva, a veces trataba de relegarlo al pasado. Pola había sido besada antes, -la adolescencia no es nada si no es curiosa,- pero nada la había preparado para algo así.
Un beso como un accidente de tren.
Un beso como torta de chocolate, Navidad y manzanas rojas.
Un beso como el conocimiento de que todas las cosas buenas alguna vez tienen que terminar.
Pola recordaba bien ese beso, esa lucha entre el deseo y la oportunidad, su cuerpo buscando acercarse al de Ludo tanto como pudiera, quemándose en su afán de sentir, y recordaba bien como él se había aferrado a ella con la misma desesperación.
Habían pasado varios minutos hasta que finalmente se apartaran, obligados por esa bendita manía de respirar, pero si bien sus bocas se habían separado, Pola se había negado rotundamente a soltarlo. Y por la forma en que los brazos masculinos la rodeaban, él tampoco estaba listo para dejarla ir.
En silencio se habían quedado así, amparados por el árbol, enredados el uno en el otro, concientes de que cualquiera podía encontrarlos, pero imposibilitados de soltarse, como si ahora que se habían encontrado no hubiera forma de separarlos.
Pero el tiempo no se detiene por nadie y alguien, probablemente Clara, había gritado el nombre de Pola en la noche, reclamando su presencia en su propia fiesta de cumpleaños.
La muchacha había ocultado la cara en el pecho de Ludo, aspirando la colonia que tan bien conocía y que sin embargo encontraba tan distinta al sentirla tan cerca de la piel caliente.
-Estoy enamorada de vos.- había susurrado, con esa parte del alma dolorosamente sobria, su aliento erizando la piel masculina.
-Lo sé, me lo dijiste.
-Y vos estás enamorado de mí.- continuó certera.
Un suspiro.
-También lo sé.
-¿Qué vamos a hacer?
-Nada.- y pudo sentir el peso de esa palabra entre su pelo, donde Ludo había enterrado su rostro.
Esto la había hecho alejarse de él unos centímetros para poder mirarlo.
-¿Nada?
-Nada.
-Pero...
-Vos tenés quince años, yo tengo treinta y cuatro. Hay cosas con las que no se puede hacer nada.
Ella se había mordido el labio, negándose a creer que todo lo que quería estaba ahí, entre sus brazos, y que sin embargo no era lo suficientemente fuerte como para conservarlo,
-No voy a tener quince años para siempre.- había argumentado.
Y Ludo había reído, sorprendiéndola, una risa ronca, una risa amarga que no era suya y que había resonado en el jardín, por debajo de la música que llegaba del salón.
-No, no vas a tener quince años para siempre. Ni dieciséis, veintisiete, cincuenta o cualquier otra edad para siempre. Pero tenés quince ahora, y eso es lo que importa.- y, como si finalmente se diera cuenta de lo que estaba haciendo, había soltado los brazos que la retenían y había retrocedido unos pasos.
Pola había resentido su falta enseguida. Es curioso como puede doler tanto la perdida de algo que minutos atrás ni siquiera había sido propio.
-Volvé adentro, Pola, tus amigos te buscan.
-No quiero, quiero quedarme con vos.- y su voz había sonado borrosa, delatando el alcohol que todavía corría por su sistema.
-Andá adentro, Pola.- él había metido las manos en el bolsillo del traje, como si no tuviera control sobre ellas y fuera mejor sacarlas del medio. -Por favor.
Y ella, entendiendo sin entender, había obedecido.


Eso había pasado tres años atrás. Y ahora se venía a enterar que mientras ella se había pasado las semanas odiándolo, llorando en su almohada, buscando en internet como hacer muñecos vudú, él había ido tan tranquilo a lo de su abogado y había cambiado su testamento, dejándola como única beneficiaria de todo.
Sentada en la oficina de López Carro, apretó las manos contra los apoyabrazos de madera de la silla, deseando que Ludo estuviera vivo para poder golpearlo.
Deseando que Ludo estuviera vivo.
El abogado seguía hablando.
-El departamento de Riobamba yo creo que puede ponerse en alquiler, luego de que la familia se haga cargo de los muebles y la ropa. La camioneta Land Rover está en perfecto estado así que solo es cuestión de transferir los papeles a su nombre, y el terreno en Quinquela yo aconsejaría que lo pusiera en venta.
La palabra golpeó en su cráneo y reverberó hueca, levantando un eco detrás de sus ojos,
-¿Quinquela?
-Quinquela. En la costa, entre Cariló y Pinamar.
Así que a eso se había referido.
Los días después de la muerte de Ludo, Pola se había aferrado a esa palabra, buscando algún significado oculto, algún anagrama, algo que le permitiera entender. Negándose a creer que tan solo hubiera sido un error, un trastabillar de la lengua, una última señal de radio de un avión en picada.
Y ahora que lo sabía no estaba mucho más cerca del conocimiento.
Laura se encogió de hombros,
-Supongo que podríamos ponerlo a la venta entonces, si usted se ocupa de los...
Pola la interrumpió,
-No, primero quiero verlo.
Laura la miró sorprendida. Era la primera reacción que Pola evidenciaba desde la muerte de Ludo,
-¿Estás segura?
-Sí.- por algo él se lo había dicho, y ella tenía que saber.


Clara se había ofrecido a acompañarla, usándola de excusa para tomarse una semana de vacaciones del colegio.
Mamá, no puedo dejar que vaya sola. El profesor Sorensen era su amigo desde chiquitita, ¿cómo voy a dejarla que vaya a enfrentarse con sabe Dios qué, sola? y su madre había claudicado.
Así era como finalmente las dos se habían encontrado en un ómnibus camino a Pinamar, porque no había bondis directo a Quinquela e iban a tener que pasar a uno regional para poder llegar.
-Al culo del mundo te mandó.- no pudo evitar comentar Clara cuando el regional las había dejado en la terminal del pueblo de Quinquela, a las seis de la mañana, mientras el sol de la primavera recién empezaba a teñir el cielo y el frío de la costa se podía sentir en los huesos.
Pola no le contestó, ocupada como estaba en matar la esperanza loca que había en su pecho de que ahora que estaba aquí Ludo aparecería con su sonrisa blanca, la rodearía con los brazos y le diría que todo había sido una broma, una terrible broma, una broma que ella estaría meses sin perdonar pero que al final perdonaría porque él estaría allí, rodeándola con los brazos.
-Sí.- murmuró, sin escuchar lo que Clara decía. -Vamos a dar una vuelta, busquemos un lugar donde desayunar."


- Continua...

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