
Veíamos ayer con mi legítimo Las Crónicas de Narnia, El Viaje del Guerrero del Alba. O Narnia 3, para mas datos.
Si alguien no leyó los libros pero sí vio las películas, en este viajan los hermano mas chicos - ya no tan chicos - Edmund y Lucy, y un primo lejano de nombre Eustace, y se encuentran con el principe Caspian en un barco. Han pasado un par de años ya y van en busca de la aventura que acontece en la siguiente hora y media de película.
Está buena, me divirtió. Pero a mí me gustan ese tipo de películas así que no sé que tanta recomendación sea.
Con H en un momento nos pusimos a comentar que curioso era el pasaje del tiempo en la historia, que la primera vuelta ellos pasaron veinte años allá y al volver habían pasado cinco minutos, y sin embargo esta vez pasaron acá unos meses y al ir para allá sólo habían pasado un par de años. Se ve que C.S.Lewis era muchas cosas pero la física cuántica se le escapaba un poco.
Eso me lleva a mi posto de hoy y a lo mucho que me indigna - sí, indigna, y es algo que no puedo superar, aún cuando han pasado muchísimos años desde que leyera los libros - el final del primer libro.
Algo a niveles de "Y luego despertó y era todo un sueño" - horror de los horrores -, algo que sólo Lewis Carrol puede hacer y el resto que no lo intente.
No creo estar arruinándole nada a nadie - si alguien no leyó los libros o no vio la primera película, acá es el momento en que tiene que taparse los ojos porque voy a contar el final..., usted ya la vio, Bebilacqua, no se haga el pelotudo - cuando digo que la forma en que los cuatro Pensieve vuelven a casa, después de pasar veinte años en Narnia, es frustrante.
Frustrante.
Salen del placard y... cha chan ¡vuelven a ser críos!
¡¿Qué demonios?!
Creo que de todos los finales que pudo pensar ese es uno de los mas crueles pudo hacer el escritor.
No sé si no lo pensó. Si tenía planeados ya los otros libros. Si no les dio profundidad - habiéndo leído los libros años mas tarde me parece que es eso, son medio bidimensionales los pobrecitos. Pero la verdad verdadera, no puedo evitar pensar en esas cuatro personas pasando veinte años en un lugar, creando una vida, cumpliendo años, gobernando un reino. Juntando amigos, conociendo gente, haciendo planes. Para que de golpe y de la nada, porque se equivocan de camino en el bosque - ni una puta brújula entre los cuatro, gente grande -, terminen de vuelta en la Inglaterra rural de la Segunda Guerra, como cuatro críos, subordinados nuevamente al resto del mundo... Yo, de haber sido uno de ellos, creo que hubiera saltado del precipicio mas cercano. Posta. Uno, dos, tres, bam.
Hagan el cálculo. Ser un adulto, un rey, sin nadie que me diga que hacer, mas allá de lo razonable. Teniendo planes para viajar, para el día siguiente, para los próximos veinte minutos, quizás habiendo conocido alguien con quien
guiño guiño codazo codazo... Y por un accidente mágico-geográfico, quién puso ese placard ahí, volver a la casilla uno, despojada de todo eso, me haría saltar la térmica. Por completo. Me quemaría todo el cableado.
Imagino hoy día, meterme en el placard a guardar las toallas y amanecer hace veinte años, sin nada de lo que tengo hoy. Por favor, no, que se me frunce todo. Mis doce años fueron buenos, pero ya está, ya pasó.
Sí, ya sé que es un libro para chicos - Bebilacqua no ponga esa cara -, y que estoy pensando demasiado en el tema y para qué sobreanalizar tanto las cosas, y que debería ocuparme de cosas serias - shh, que me hacen reír -, pero cada vez que sale una nueva película no puedo evitar el disgusto.
En mi humilde opiníón, y con todo respeto, C.S.Lewis los garcó desde la copa de un pino y si hubiera sido hoy día, esos chicos hubieran tenido años de terapia por delante.